jueves, 12 de marzo de 2015

Quentin Tarantino y El Ratón


La tregua: un momento en el espacio de la guerra que permite reponer las fuerzas entre batalla y batalla; un tiempo ideal para curar las heridas y planificar nuevas estrategias, a pesar del dolor de las pérdidas en el campo. 

Algunos compañeros queridos han caído en acción: un invaluable jarrón antiguo que le regaló un excéntrico coleccionista indonesio, el vidrio del portaretratos donde había colocado una foto que le tomaron cuando ganó el Oscar por el guión de Pulp Fiction y el cenicero que se llevó de casa de John Travolta, todos convertidos en polvo y astillas. Era imposible creer que hacía unos minutos, cada uno de estos apreciados objetos estaban ocupando un privilegiado lugar en el sótano del director oriundo de Knoxville: sobre un piso rústico de cemento reposa la piel de un reno, y sobre este descansan una mesa de madera rústica, un sofá y dos poltronas de cuero teñidas de color granate. Frente al mobiliario un televisor de abrumadoras dimensiones, equipado con el más reciente sistema de alta fidelidad de sonido. Al lado del televisor una tela blanca hacía frente a un antiguo proyector de 8 milímetros que se encontraba del otro lado del cuarto, listo para proyectar algún clásico familiar. Opuesto al proyector una escalera de caracol, la entrada y salida a la catacumba del macho alfa creador. Y entre el proyector y la escalera, una antigua rocola programada para reproducir discos de 45 revoluciones de su colección personal, que incluye a artistas del folk, pasando por el punk, el Rock, algo de cha cha cha y Jazz. Todo esto flanqueado por 4 paredes revestidas de tablones de pino del que sobresalen repisas donde lo antiguo y lo moderno, lo autóctono y lo extranjero, lo elegante y lo vulgar, y hasta una botella de licor donde flota un escorpión.      

Hacía unos minutos todo era orden, ahora todo era caos. 

Permanecía sentado en el piso, con las piernas estiradas, apoyando su espalda en una de las paredes, cerca de la escalera de caracol. Jadeaba de cansancio, intentando recuperar el aliento perdido durante la cruenta batalla durante un minúsculo enemigo que se proclamaba augusto vencedor sobre su amada rocola, ahora convertida en atalaya invadida por su enemigo. 

Con sus ojos, recorrió todo el salón, desolado por el horror de una guerra sin sentido en la que fallecieron muchos inocentes, como la pantalla de su televisión que recibió el impacto del cenicero de travolta, o la tela del proyector. El pobre, humilde e inocente trozo de franela de 2 metros por 2 metros acostumbrado a retransmitir recuerdos de una época añorada, ahora estaba rasgado al medio, tras servir como amortiguador de una aparatosa caída desde espaldar de una de las poltronas.

-¿De qué te ríes hijo de puta?...-le gritó al ratón, al que imaginaba burlándose de su precaria situación. 

Pudo ver su reflejo en el filo de una katana. Su rostro estaba sudado, su cabello despeinado, y desde su pómulo izquierdo brotaba una gota de sangre como resultado de una de las tantas astillas de vidrio que volaron durante la intensa contienda. -Mierda

Con su pulgar recogió la gota de sangre, y sin dudarlo se lo llevó a la boca, mientras intentaba armar las piezas de este rompecabezas de recuerdos rotos:


-0-

...Como cualquier sábado en la noche, en el que no tengo nada mejor que hacer que pasar la velada viendo alguna de las obras de Felini, bajé al sótano con una cerveza helada y una pizza margarita que pedí en Dominoe's. Coloqué la botella y caja de pizza sobre la mesa del centro, mientras buscaba en un baúl el filme en cuestión. Tenía dos posibilidades esa noche, "Giulietta degli spiriti" en formato Blu Ray o sobre "La Dolce Vita" en formato VHS, y me decidí por "Giulietla" en su versión más futurista para disfrutar de la banda sonora con fidelidad. Coloqué el disco en el reproductor y mientras el aparato cargaba la información, tomé asiento cómodamente en el centro del sofá. Abrí la botella de cerveza, tomé un sorbo y la dejé en el piso mientras me quitaba los los zapatos para estar más cómodo. Ya comenzaban a aparecer los créditos de introducción cuando me acerqué la caja de pizza, ansioso por abrirla y engullir el primer trozo: humeante y delicioso, ese que deja un largo hilillo de queso derretido, como si intentara aferrarse de sus hermanos. Pero al abrir la caja la ansiedad se transformó en ira, y el hambre en asco: Había un ratón en la caja, exhibiéndose pomposamente en el medio de mi querida pizza, ahora mancillada...


-0-


Entonces, desde lo más profundo de su sistema salió un grito que dio comienzo a la batalla entre el hombre y la bestia, entre el desarrollado y el primitivo, entre la inteligencia y la brutalidad. 

Armado con un viejo bate de baseball se dirigió a la vetusta rocola, escogió el tema catalogado como A325: Yma Sumac "Gopher Mambo", y se lanzó a la contienda. 




Todo lo que pudiera servir como proyectil fue lanzado. Todo objeto contundente fue empuñado. Todo adorno que recibió el impacto se convirtió en un simple daño colateral.

Iba dejando una estela de destrucción y desolación, hasta que, en una impactó su cabeza contra el pasamanos de la escalera de caracol, dejándolo atontado, mientras que el ratón se escabullía entre los escalones buscando un refugio temporal.

Habían pasado unos cinco minutos desde que recobró el conocimiento, llevándonos al momento en el que degustó la riqueza genética contenida en una gota de sangre...

-¿Tienes nombre?... -Cuestionó al ratón-¡Todo guerrero tiene derecho de saber el nombre de su enemigo!... ¡Dímelo!...

Pero el ratón no se movía ni articulaba sonido.

-Claro que no tienes nombre, eres un sucio y mugriento ratón de la calle...- sentenció mientras se ponía de pie, apoyándose de la katana, para continuar con su exposición como lo hacen los valientes: de pié...  

-¡Eres una alimaña!...¡Rastrero! ¡Trepador! ¡Enfermizo!... ¡Me das asco!- escupió al piso- Deberías llamarte Steven, tienes cara de Steven... También pudiste ser bautizado como James, tienes patas de James... Aunque tu regordete cuerpo es más bien de un George... 

Tomó una profunda bocanada de aire, y mirando al cielo raso del sótano le preguntó al ratón:

-¿Qué voy a hacer contigo Steven James George? ¿Qué vamos a hacer?... -Bajó su mirada y sin pensarlo dos veces, se acercó hasta la rocola quedando frente al ratón, que no se movió en ningún momento...

-¡Te propongo lo siguiente!...-expuso de forma calmada intentando negociar con el animal- Si te bajas de la Rocola en este instante dejaré que te vayas de mi casa para nunca más volver. Yo me dedicaré a arreglar todo y haré como si nada pasó acá. Pero si decides mantenerte aquí no voy a tener más opción que acabar con tu vida. ¿Capice?... 

No se sabe si los ratones entienden el lenguaje humano, o está en su naturaleza jodernos, pues avanzó hasta acercarse al borde de la rocola, esperó unos segundos, y volvió a su posición inicial, para para dejar en claro su posición: un par de mojones recién cagados...

No hay comentarios:

Publicar un comentario